miércoles, 10 de julio de 2019

La vida de Sonia Martínez contada por ella misma. Quinta y última parte.


No puedo decir que no haya tenido suerte en la vida, sino que yo misma la he tirado por la ventana. Así empezaba la biografía que la presentadora y actriz Sonia Martínez ofreció en la revista Pronto en cinco números en la primavera del año 1991, y que fue reclamo de portada en sus tres primeros capítulos.

Vimos en la entrada anterior parte de su biografía, como sus orígenes, sus inicios artísticos y sus coqueteos con las drogas. No sabemos a ciencia cierta si esta autobiografía de la revista Pronto es completamente verdadera o bien tiene partes de ficción, debidas a la propia Sonia o bien a Maruya Navarro, la persona que se encargó de transcribirlas. Dejamos al lector que tome la opción que crea conveniente. Todas las frases que aparecen en cursiva corresponden a fragmentos de dichos reportajes. El cuarto capítulo llevaba el título He llegado a dormir en coches y chabolas de gitanos.






Este capítulo está centrado en el desarrollo de la dependencia de las drogas y empieza con otro nombre propio, de nuevo un futbolista, tras haber mencionado en capítulos anteriores a otros como Fede Castaños, Maradona, Butragueño y Juanito: Miguel Pardeza, al que añade los nombres de otros deportistas: fue el responsable de mi primer embarazo no deseado, y por lo tanto aborté. También tonteé con atletas como Antonio Páez o Colomán Trabado, y de nuevo al mundo del balompié, con Futre, un divertido pasota y algo macarra.






Se reconoce Sonia Martínez en ese momento, en la primavera de 1991, la sombra de mí misma. Me gustaría engordar otra vez, hacer una vida sana: ir a la cama sin angustia, sabiendo que por fin voy a poder dormir sin calambres y, sobre todo, necesito con urgencia que me acaricien, hacer el amor, sentir todo lo que de hermoso tiene la vida. Por ello quiero curarme, quizá sí existan los milagros y haya uno grande para mí.

Dice en este momento que no quiere seguir mencionando hombres que han pasado por su vida, salvo un último caso, en esta ocasión solo las iniciales, R. M.: alguien muy importante relacionado con el Opus Dei [...]. Él quiso ayudarme y, de hecho, me empleó en una de sus oficinas. Como a todos, le engañé, porque he estado a punto de quedarme “limpia” muchas veces, y siempre he vuelto a comprar más veneno.

Culpa de parte de su adicción a las drogas a una amiga de la que no da más datos: decidimos pincharnos coca en la vena. Yo no tenía ni idea de cómo se hacía, pero me pinchó. Llevaba una jeringuilla de plástico en el bolso y la cosa fue mucho más rápida de lo que imaginé. Sin embargo, aquel primer pico no significó gran cosa para mí.

Reconoció no tener casa, pues su padre Jesús había cambiado la cerradura, perdiendo también el contacto con su hermana Irene. Ese fue el momento de desesperación, pues Debía dinero a todo el mundo, a la gente del barrio, a las tiendas, a muchos profesionales de la tele y el periodismo. Habla también de cómo conoció a su marido, José Manuel Padilla Bravo Lolo, que era transportista y le conocía por haber sido mi vecino cuando viví en el Parque de las Avenidas. Había sido toxicómano, pero estaba desenganchado. Yo, sin embargo, llevaba un camino imparable hacia la drogadicción.

Ese camino imparable a la drogadicción lo conoció un día al despertarse: Un día me desperté con una desagradable sensación. Todo mi cuerpo temblaba, tenía náuseas, tosía sin poder parar, tenía diarrea, me faltaba el aire. Supe entonces que era drogadicta. Arrastró a Lolo de nuevo a la drogadicción, pues inevitablemente y por mi compañía, estaba una vez más rendido a ella. Yo solo hace dos años que soy adicta y creo que todavía tengo una oportunidad. Lo suyo es peor porque ya son ocho años metiéndose “picos”.

Explicó entonces sus intentos de desintoxicación, gracias a la ayuda de su padre: en Chile solo llegó a estar un día, y tampoco fue exitoso en Portugal, en el que estuvo cuatro días. Lo mismo sucedió en Madrid, en un centro de la asociación El Patriarca, del que también huyó. Explicó que tal vez mayor contacto con su padre podría haber servido de ayuda: Tal vez si me hubiera llevado al chalet que tenía su novia en Las Navas del Marqués, si hubiera estado allí conmigo un par de meses, charlando, dándome efecto y con las medicinas adecuadas, podría haberme curado. Otros centros que visitó, en este caso en Madrid, fueron Modesto Lafuente o Gregorio Marañón.

El capítulo se cierra con el desarrollo de enfermedades: Descubrieron que tenía anticuerpos del sida y hepatitis del grupo B, la contagiosa. El cielo se había vuelto a oscurecer para mí. Lolo, mientras, estaba ingresado en el otro hospital, el López Ibor.

Llegamos así al último capítulo de la autobiografía de Sonia Martínez, el número cinco, que llevaba el título de Quisieron cambiarme a mi hija por droga.









Esta es la época de su matrimonio con Lolo, que hicieron tras aceptar un millón y medio de pesetas (9.000 euros) por hacer el reportaje de nuestra boda, así que nos casamos, por lo civil, el día 3 de diciembre de 1989. Con el dinero, y muy contentos, nos fuimos de luna de miel a Sevilla, pero el destino quiso nuestro hotel fuera un mercado nada discreto de venta de droga. Incluimos cómo reflejó la revista Lecturas y su boda y luna de miel.





Entonces el presente de ambos solo era la droga, pasando a vivir en Madrid al Hotel Mediodía, en el distrito de Atocha de Madrid. Durante un intento de desintoxicación en Zaragoza, que duró cuatro meses, se enteró de que estaba embarazada y de que tenía los anticuerpos del SIDA. Había sufrido ya tres abortos naturales y deseaba fervientemente tener un hijo, un hogar, y a mi marido. El nacimiento de su hija Yaiza se produjo el 9 de febrero de 1991. Pasó unas semanas en la incubadora aunque nació con suficiente peso, dos kilos ochocientos gramos. Nada más ponerla en mis brazos, en la clínica Santa Cristina de Madrid, me dijeron que había nacido con el síndrome de abstinencia, con “mono”.




Explicó entonces Sonia Martínez que había dejado a su bebé Yaiza en un centro tutelar de menores: Al dejarla a su cuidado, rellené un formulario en el que yo misma me imponía no poder recuperarla hasta haber obtenido una casa y un empleo fijo, y si por fin quiere alguien echarme una mano, espero conseguir las dos cosas y dejar este maldito infierno en el que me he metido.

Explicó entonces que pasó a residir en el Hotel Aitana, en el Paseo de la Castellana de Madrid y una noticia que saltó a los medios de comunicación, su detención por tráfico de drogas: me detuvieron el 7 de marzo de este año, en el barrio de San Blas. Iba con mi hija, a buscar droga para Lolo y para mí, pero me pillaron cuando acababa de comprarla. Todo es espantoso. No saben qué sensación la de ser detenida con mi niña en los brazos, qué dolor, qué angustia, qué soledad… En ese momento explicó lo que daba nombre al título de este capítulo de su biografía, que fue a comprar a un poblado gitano y le ofrecieron una papelina de un gramo, del valor de 8.000 pesetas (48,08 euros) a cambio de su hija.



Una vez abandonado el calabozo y con Yaiza en un centro tutelar de menos Sonia pagó la desintoxicación de su marido Lolo, que costó 250.000 pesetas (1.502,53 euros), que salió limpio del tratamiento, mientras ella seguía hundida en la droga. Yo había cometido el más estúpido de los errores, pincharme en el cuello, en el lado derecho. Fue “un mal pico” que me produjo un tumor de apariencia horrible y muy doloroso. Ingresé en el Hospital del Rey, en la sección de enfermedades infecciones, o sea, contagiosas.



Explicó en este momento que no había desarrollado el SIDA, sino que intentaba recuperarse de ese tumor y que no era cierto que se estuviera muriendo de una sobredosis. En ese momento hizo cuentas del dinero que llevaba gastado en droga, como los tres millones de pesetas (18.030,36 euros) que le dio su padre al vender la casa familiar, confesando que robó en una ocasión a su madre una pulsera para poder comprarse su dosis.

En la primavera de 1991 argumento Sonia cómo había sido la ruptura con su marido Lolo, que estaba limpio de drogas y cuya familia le dijo que si seguía con Sonia dejaría de tener el apoyo familiar. Así fueron las palabras de Lolo: Quiero divorciarme de ti. No puedes seguir viviendo de hotel en hotel y yo no quiero volver a caer en la tentación. Sin embargo, Sonia le pidió una oportunidad, y en el final de su biografía, explicó que ahora queremos irnos de camping, desintoxicarnos y volver a recoger a Yaiza. […] Hasta que no presente en el centro tutelar una garantía de poseer una casa y un trabajo renumerado, no me devolverán a Yaiza. Por ella, por mi marido y por una pequeña esperanza que aún me queda, ¡quiero vivir!

Así terminó la biografía de Sonia Martínez publicada en la revista Pronto durante cinco números (del 993 al 997, mayo y junio de 1991). En los dos números siguientes la revista incluyó entrevista con Javier Pavía, el periodista que acompañó a Sonia Martínez durante la elaboración de su biografía.






La vida de Sonia Martínez continuó durante casi tres años más, falleciendo el 4 de septiembre de 1994, como vimos en la segunda entrada de estas cinco que hemos dedicado a Sonia Martínez.


1 comentario:

  1. Muchísimas gracias por los artículos sobre Sonia, creo que tras esta triste historia se esconden enseñanzas de muchos tipos... Una de las principales es que en la vida puedes estar en lo más alto y de repente caer, más rápido de lo que subiste, y sobre todo que no esperes que la gente que estuvo en tu subida dándote la palmadita, estén presentes en la bajada..
    Decirte también que las últimas 4 fotos, sobre la convivencia del periodista con Sonia, no se pueden visualizar bien, al menos a mi la letra me sale ininteligible incluso aumentándola con lupa, ójala pudieras volver a colgarla de nuevo...
    Muchas gracias por tus artículos

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