Vamos a dejarnos de
adicciones al juego, a la cocaína, de cánceres terminales y de hacer de
plañideros. Vamos a recordar a Marisa Medina como lo que es (fue y será): uno
de los personajes más relevantes de
los años 60, 70, 80 y más.
Esta canción, Sabor a fresa, con los dabadadás marca de la casa de su marido en la época, Alfonso Santisteban, tiene miga, y es adictiva: a más de uno se nos pega el hacer burbujas de jabón por toda la ciudad, o el bebo para merendar el zumo de una flor. Esta canción incluso parece anticipar la bola de cristal ochentera. Hay más miga, pues al parecer Brigitte Bardot pensaba lo mismo, pues esta canción se asemeja bastante (o viceversa) a Moi je joue.
A poco que se marisamedinea un poco por la red aparecen un montón de
informaciones y curiosidades por la red de la que fue la presentadora de la tele de un montón de años. Curioso su
apellido, pues se llamaba María Luisa Guiu Medina. Para las fichas rosas
nacidas a finales de los 70 nos cuesta localizarla en nuestra memoria: no, no
era la del Bla bla bla (Marisa Abad);
no, no era tampoco una chica Hermida o Campos de las mañanas de la tele, sino
una de las presentadoras de más recorrido de Televisión Española (En Antena, Todo es posible en domingo, 625
líneas, etc.). No tengo guardado tampoco en la memoria su último programa
como presentadora en Televisión Española, sobre la vivienda, Llave en mano de 1991.
Y no sólo en tele, también presentó
festivales de música habidos y por haber por toda la geografía española; o hizo
teatro (Satán azul, cuya música es de su marido por entonces, Alfonso Santisteban, fue un
escándalo por susanaestradizarse un
poco y enseñar carne). También cantó los temas que le preparaba Santisteban y
actuó en películas en los años 70.
Sí recuerdo vagamente sus presentaciones del
jurado español del Festival de Eurovisión, uno de esos momentos que juntaba en
la tele a la familia para escuchar la sintonía de Eurovisión, sin saber todavía
en qué posición actuábamos ni quedaríamos al final del festival. Qué envidia
que se diera tiempo a estos representantes de la sociedad española de 1982 o 1985 cuyos estilismos hacen que te quedes mirando la pantalla ojiplático.
Llenaban tiempo de espera, se les dejaba hablar, gente que no interesaba para
nada al público, pero que estaban ahí opinando, sin guerras de audiencia.
Impensable hoy en día. Y Marisa, cumplidora, exacta, clara (le perdonamos el laísmo
tipo a ella la gusta), con ese aire
de profesora de EGB, o de vendedora de SEPU o Galerías Preciados, incluso
podría ser esa catequista del fin de semana de la que muchos se enamoraban. No
por algo, junto a Mayra Gómez Kemp era de esas presentadores que se aprendían
el guión dando igual qué tiempo tenían para hacerlo o cuántas páginas había que
aprender.
Y en 2003 llegó lo que hizo que Marisa Medina
pasara al altar de filias, su libro Canalla
de mis noches. Confesiones de una
mujer adicta al juego y a las drogas. En él hacía una auténtica salida de
armario como ludópata y cocainómana. El libro está muy bien escrito, y sin
ayuda, por ella sola (no en vano, también publicó poemarios o novelas [Muñequita linda, tiene buena pinta, pues
trata de una presentadora de televisión, aunque, al parecer, no es
autobiógrafico]). En él hace todo un recorrido por su presente entonces, en el
asturiano centro Spiral en Peón, para desengancharse de sus adicciones.
En él entra a bocajarro en su vida y se
limpia de todo lo que puede, enganchando al lector que piensa que ese es un
ejemplo de superación, y lo demás son tonterías. Por ejemplo, que con su padre
no tenía ninguna relación y que supo quién era al cruzárselo por la calle, y
que apenas habló con él a lo largo de su vida.
No se le caen prendas, por ejemplo, en
transcribir las cartas que escribía a sus hijas pidiéndoles perdón por haber
arruinado su vida, y no solo económicamente. Para los más morbosos, sus
fantasías carnales con Santiago Segura (que la dirigió en Torrente 3, su último papel en cine); sus relaciones, más o menos
cercanas, con Adolfo Suárez o Víctor Manuel o sus noches de coca con Joaquín
Sabina.
Recoge también, una vez fuera del centro de
rehabilitación, su ilusión como vendedora de club de vacaciones, que le hacía
sentirse activa. Lo mismo con debates a los que la llamaban por la tele en
Canal 9 con Cristina Tárrega (después llegarían sus colaboraciones en TNT, o
sus entrevistas contando el poco tiempo que le quedaba de vida en Dónde estás corazón o Sávame). También su miedo y después
orgullo de su operación de cirugía estética. Lo más feo de su vida no me parece
sus adicciones, sino el maltrato que sintió en Televisión Española. No era
hacer la vida imposible, sino no hacer la vida ni posible ni imposible. Como
tantos otros profesionales de toda la
vida, tuvo que hacer pasillos, porque yo no le daban los programas que
presentaba en décadas anteriores. Y allí, pobre, haciendo turnos de
presentadora de continuidad esperando que la tele se estropeara para poner voz
a ese error, o poniendo voz a los pocos vídeos que le mandaban.
Desde aquí nos
acordamos de Marisa, que murió el pasado mes de abril). Era tan avanzada y original que incluso nos puede dar idea a qué hacer
cuándo nos vayamos al otro lado: donar nuestro cuerpo a la ciencia, como ella hizo
a la Facultad de Medicina. No vayáis (o bien, no iremos), por lo tanto a buscar
su tumba en el Cementario de la Almudena de Madrid.
Todo es posible en domingo
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